Por: Anatxu zabalbeascoa
Publicado
el 29 de Nov. Del 2011
Detroit
La miseria suele ser uno de los indicadores del éxito de una ciudad.
Edward Glaeser asegura que la presencia de la miseria en las urbes es una
prueba de sus virtudes, no de su debilidad, y que la población de una
metrópolis nos dice lo que ese lugar ofrece. Es más, para el economista
norteamericano: “la ausencia de pobres es un indicio de que la ciudad carece de
algo importante, como viviendas asequibles, transporte público o empleos para
personas menos cualificadas”. La gran paradoja de la pobreza urbana es que si
una ciudad facilita la existencia a los pobres que viven en ella mejorando los
colegios públicos o los sistemas de transporte colectivo, esa ciudad atraerá a
los más pobres una y otra vez.
Frente a la ciudad sin límites que funciona como un imán atrayendo a un
constante flujo de población, vivimos también la era de las grandes ciudades
menguantes. No es una novedad. Está en la naturaleza de las urbes, más aún que
en la de las personas, la necesidad de reinventarse continuamente. Así, ahora
que la era de la ciudad industrial ha terminado en Occidente, dichas metrópolis
nos han legado los problemas de los antiguos gigantes fabriles que no lograron
reinventarse en la nueva era. Para ilustrar cómo funcionan los ciclos de éxito
y fracaso urbano Glaeser cuenta que seis de las dieciséis ciudades
estadounidenses más grandes en 1950 (Búfalo, Cleveland, Detroit, Nueva Orleans,
Pittsburg y St. Louis) han perdido hoy más de la mitad de su población.
Sobre la decadencia de Detroit, por ejemplo, explica que “al convertir a
los seres humanos en engranajes, Ford consiguió que los trabajadores fueran muy
productivos sin que tuvieran que saber gran cosa. Sin embargo, cuando la gente
necesita saber menos, también tiene menos necesidad de ciudades que difundan el
conocimiento. Cuando una ciudad engendra una poderosa idea destructora de
conocimientos, no está haciendo sino preparar su propia destrucción”. El
profesor de Harvard se mueve entre la ideología progresista y la información
realista al hablar, por ejemplo, de los disturbios urbanos: “ser uno de tres
amotinados es peligroso (es probable que la policía te detenga), pero las
posibilidades de ser detenido son mucho menores cuando se es uno entre tres
mil”. Sobre todo cuando recuerda a sus lectores lecciones del pasado: “El
economista Benjamin Chinitz propuso a los empleados de las grandes acerías de
Pittsburg que enseñasen a sus hijos a obedecer al jefe y no meterse en líos,
mientras que los fabricantes textiles de Nueva York enseñaron a los suyos a
correr riesgos”. Sin embargo, se muestra también radical al aconsejar la
densidad y la edificación advirtiendo, eso sí, que “edificar es una
consecuencia del éxito de las ciudades. No su causa”.
¿Tiene remedio la expansión urbana sin límites? ¿Cómo son las ciudades
que han sucedido a la ciudad industrial? Antes mandaba la fábrica. Era ella la
que movía a los trabajadores y así las ciudades crecían en los lugares donde
por cercanía a un transporte resultaba rentable ubicar las industrias. Glaeser
cree que en el siglo XXI van a ser los trabajadores, en su faceta de
consumidores –en todos los niveles del consumo-, los que harán crecer las
ciudades.
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